lunes, 6 de febrero de 2012

La última foto.

Aún ha pasado poco tiempo. Cada día al levantarme me sorprende no encontrarle a los pies de mi cama. Me quedo unos segundos bloqueado, intentando imaginar dónde se habrá metido y por qué narices no está su colchoneta. Y entonces me acuerdo al tiempo que un nudo atenaza mi garganta. Aprieto los dientes para que no se me escape ningún sollozo, y salgo de la habitación.

No sé si os habéis parado a pensar en la última foto, de cualquier cosa, de cualquier persona o ser querido. Muchas veces es una imagen que se toma de forma inconsciente, sin reparar en que no vamos a volver a ese sitio, o que aquel amigo dejará de cruzarse en nuestro camino. Sin embargo, la última foto que se toma conscientemente es la más amarga.

Yo estuve evitando tomar esa foto durante una semana. A pesar de ser un enamorado de la fotografía, se me venía el mundo encima al pensar siquiera en echarme la cámara a la cara. No podía sino pasarme las horas muertas contemplando cómo su respiración se hacía más trabajosa, cómo se levantaba quizá en medio de un sueño desorientado, sin saber dónde estaba, y cómo buscaba el agua sin cesar.

Y aun así, el último día, me obligué a hacerla. O mejor dicho, a hacerlas, ya que hice dos. La segunda la tomé porque no quise hacerme a la idea de que esa iba a ser la última. Con la segunda él abrió los ojos y pareció mirarme, como diciendo que ya era suficiente. Esas dos fotos las tengo yo, y no creo que nadie más que mi pareja llegue a verlas. Porque no sería justo para Dante. Dante, que siempre fue un perro magnífico, que siempre arrancaba miradas de admiración de la gente, que siempre atraía a los niños deseando acariciarle.

Pasó en dos semanas de treinta y dos kilos a menos de veintiuno. Los dos años y siete meses que pasó luchando contra la leishmania pesaban ya más que él. La hipertensión también hizo acto de presencia, y provocó que se quedara ciego en los últimos días. Pero, pese a todo, se levantaba siempre que le llamabas, porque a valiente nunca le ganó nadie, y el último día, un par de horas antes de que nos dejara, trotó como había hecho tantas veces al saberse en su casa, en la que se crió y fue tan feliz.

Han pasado dos semanas y parecen dos años, de no ser porque me parece sentir su mirada aún.

No se merece aparecer aquí en esa última foto. Esa foto es para él y para mí. Para vosotros, para que lo conozcáis ahora si no tuvisteis la fortuna de hacerlo, y para que le recordéis, os presento a Dante.





No espero que nadie que no haya tenido mascota lo entienda. Aunque tampoco me importa.

Gracias por todo Dante. Has sido un compañero como jamás podría haber soñado.

2 comentarios:

Aitor Maiden dijo...

Seguro que fue un perro muy feliz. ¡Mucho ánimo, Cuervajo!

J. Lozano dijo...

Muchas gracias Aitor. Eso espero, que fuera feliz mientras estuvo con nosotros.